Tuesday, March 23, 2010

Mi Miedo al Sida

Esta muerte huele a desnudez que adelgaza la vida
y flota enzarzada tiñendo los huesos en un ultimo otoño.

Recuerdo que mi corazón orquestaba el viento
combatido por un verano donde las huellas ebrias bailaban vida.
Recuerdo que preferí mirar a los extraños ángulos de la cama,
a las sabanas arrugadas que apegadas y distantes abrazaban el crepúsculo.

De una herida se espera el dolor que trae tormento,
las rojas tinieblas que picotean la piel, sin embargo,
Carlos lento deserto de su cuerpo, silencioso, devorado por el miedo.
Rodeado de una angustia que se apropia de los ojos.
Con una expresión idéntica a un cristal roto que no le bastan alas para sobrevivir.
Temo al SIDA y lo odio.

Lo se. Jugar con la muerte es un rumbo barato.
No desaparece, pues para espantar este camino
uno no se inclina para escabullirla
o se planta vertical con autoridad; no es un niño a seducir.
Su tacto dentro de ti duele, no es sencillo y es presagio.
Tiene la ferocidad de un pez que en mar vive
y en el mar se queda hasta agotarlo, y el mar se agota.
Esta enfermedad es una quietud indiferente que mata.

Cuando me echo encima de un cuerpo
el miedo me hace temerlo.
Hay veces que pienso:
-si le dejo entrar dentro de mi, ahora,
y la frontera que nos separa se rompe
me infecto,
me muero-
Como un caballo de madera troyano
me va a recorrer.

Es entonces cuando la quietud
se queda incrustada en el pulmón
y una verdad que huele a una idea
que tu no recuerdas sucediendo
aparece,
en la víspera de una oración por tu futuro
que deja un balance tardío.

¡Oh Dios! que este pecado es la ruina por si misma
y me despoja torturado, ¡empújalo fuera de mi!, ¡haz que se marche!

Al tocarte, se ha anticipado,
y una aguja descifra sin piedad los cerrojos que fallaron.
Ahora solo queda esperar.

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