Cuando escribo
tengo la costumbre
de manosear demasiado el lápiz
y morder su pezón
como si estuviese levantando una falda
cazada en pleno celo.
Con nervios crispados
voy hablando a versos,
recitando
el pluscuamperfecto y todo lo absurdo.
Mi corazón arterial
tiene la prohibición de no callar.
Cuando escribo,
a trozos voy desplegando mi universo.
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